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Viernes, 06 de Octubre de 2017
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Juan Antonio Pérez Bonalde

   

(Martes, 4 de Octubre de 1892)

Juan Antonio Pérez Bonalde

El 4 de octubre de 1892 muere en La Guaira el poeta de «La Vuelta a la Patria», el poeta de Caracas, Juan Antonio Pérez Bonalde.

Pérez Bonalde nació en Caracas en 1846, el 30 de enero. Fue el noveno hijo del matrimonio integrado por Juan Antonio Pérez Bonalde y Gregoria Pereyra. Huyendo de la guerra federal, la familia Pérez Bonalde se traslada a Puerto Rico (1861). Para sostenerse, fundan un Colegio, donde el joven poeta, de quince arios, se desempeña como Profesor. ¿Qué formación tiene Pérez Bonalde para ese entonces? Felipe Tejera dice que se había dedicado especialmente al estudio de la música, el dibujo e idiomas extranjeros.

Poseía también conocimientos prácticos. En la isla de Santomas (a la que se trasladó la familia desde Puerto Rico), Pérez Bonalde se emplea como tenedor de libros. En 1864, pacificado el país, los Pérez Bonalde retornan a Caracas y planifican otro colegio, semejante al de Puerto Pico. La muerte repentina del padre aborta el proyecto. Entre 1864 y 1870 Pérez Bonalde vive en Caracas. Trabaja como puede para ganarse la vida. Interviene en política con el Partido Liberal.

En 1870 llega a la primera magistratura el General Guzmán Blanco, de quien Pérez Bonalde es enemigo político. El poeta se va de Venezuela en aquel año de 1870. Vuelve por poco tiempo en 1876, y no regresa definitivamente hasta 1889, llamado por el gobierno del Dr. Raimundo Andueza Palacio. En estos dieciocho años largos, su centro de operaciones es Nueva York. Se emplea en la casa Lenman y Kemp-Barclay y Cía., y viaja por casi todo el mundo como representante de esta firma. Tiene oportunidad de aprender idiomas y de perfeccionar los que ya sabe. Se convierte en un extraordinario políglota y en excepcional traductor de poesía.

En 1879 se casa con Amanda Schoonmaker. La unión de esta pareja es desafortunada. En el dolor del exilio, nace una hija, Flor. El poeta concentra en ella sus afectos y alegrías. Le espera, sin embargo, un rudo golpe. La niña fallece en 1883. De esta trágica circunstancia brota esa conmovedora elegía que lleva por título Flor.

Sus lecturas, su vida errante, su aguda sensibilidad, ciertos aconteceres aciagos, todo lo va conduciendo al escepticismo. A partir de aquel trágico 1883, no vuelve a publicar libros de poesía propia. Sólo sus grandes traducciones, las de Heine y Poe. Busca escaparse de la realidad, ya no por el paisaje poético, sino por la puerta falsa del alcohol y de las drogas. Su salud comienza a resentirse. Quienes lo conocen y lo tratan, como José Martí, advierten en él un aire de melancolía profunda, y de tedio vital. Poco a poco llega a los límites del nihilismo. A la total incredulidad, a una falta de fe en el presente y en el porvenir. Testimonio son estos párrafos de su libro de Memorias, dados por el poeta a la prensa caraqueña:

Muchos años han pasado desde la última vez que dejé un recuerdo de vida en estas páginas.

Y ¿qué he conseguido, qué he alcanzado durante este largo transcurso del tiempo?. .

Lo que alcanzaría el hombre que viviese mil años; lo que ha alcanzado la humanidad desde su misterioso principio hasta el presente: NADA!

En 1889, bastante quebrantado de salud, regresa definitivamente a Venezuela. El gobierno de Andueza Palacio le ofrece un cargo diplomático. El poeta accede. Se embarca con rumbo a la ciudad de Amberes. Pero se siente tan enfermo que regresa desde Curazao. En vano intenta buscar salud en las aguas termales de San Juan de los Morros y luego en La Guaira. Una hemiplejia agrava su situación. Y el 4 de octubre de 1892 fallece en La Guaira. Once años después (1903) sus restos son trasladados a Caracas en medio de solemnes honras fúnebres. Y desde 1946, centenario de su nacimiento, sus cenizas reposan en el Panteón Nacional. En uno de sus poemas, Pérez Bonalde había dejado esta especie de disposición final:

POR SIEMPRE JAMAS!

Traedme una caja
de negro nogal,
y en ella dejadme
por fin reposar.

De un lado mis sueños
de amor colocad,
del otro, mis ansias
de gloria inmortal;

 

la lira en mis manos
piadosos dejad,
y bajo la almohada
mi hermoso ideal...

Ahora la tapa
traed y clavad,
clavadla, clavadla
con fuerza tenaz,
que nadie lo mío
me pueda robar...

 

Después, una fosa
bien honda cavad,
tan hioda, tan honda,
que hasta ella jamás
alcance el ruido
del mundo a llegar.

Bajadme a su fondo,
la tierra juntad,
cubridme...y marchaos
dejándome en paz...

 

¡Ni flores, ni losa,
ni cruz funeral;
y luego...olvidadme
por siempre jamás!.

LA OBRA DE PEREZ BONALDE

La obra poética original de Pérez Bonalde está representada por dos Poemarios: Estrofas (1877) y Ritmos (1880). Sus traducciones de mayor importancia son El cancionero (1885) del alemán Henrique Heine, y El cuervo (1887) del norteamericano Edgar Allan Poe.

En sus libros originales, Estrofas y Ritmos, reúne poemas escritos en diversos lugares. En ambas obras, la huella de un poeta intimista, sincero que no imita a los maestros del Romanticismo europeo, sino que extrae los temas de su propia peripecia vital. Su poesía, perdurable por ello, y por el fino e ilustrado espíritu de su creador, se encuentra relacionada de inmediato con algunos de los grandes aconteceres de una existencia errante y dolorosa, y con los fines que según la concepción romántica debía cumplir el poeta,

... pues a más de profeta,
sacerdote y caudillo,
es la misión sublime del poeta
ser héroe denodado, aunque sencillo,
y vencedor del tiempo y de la muerte..!

Profeta, es decir, vate, vaticinador, iluminado, capaz de ver más lejos y más hondo que el común de los hombres, tal como ya lo pregonaban los latinos. Quien es un vidente, un soñador sagrado, un Profeta es también un Sacerdote, puesto que su misión consiste en conducir a la humanidad, cuyo destino él conoce por revelación, o porque sus facultades intelectuales son de orden superior. De este modo, el sentimiento religioso (de signo positivo o negativo) se empalma con la misión social que el poeta debe cumplir, como Caudillo, esto es, como guía, cabeza de unos ideales que luchan por Libertad y Justicia. Esta circunstancia y el individualismo romántico, conciben al poeta como un Héroe señero, que combate cada día contra las propias miserias y las ajenas, contra los desfallecimientos del ánimo y la duda. Por último, Vencedor del tiempo y de la muerte por cuanto, como ya lo predicaban desde la Alta Edad Media Dante Alighieri y Jorge Manrique, el arte es una de las vías que el hombre dispone para alcanzar la inmortalidad.

Cuatro poemas, los mejores, responden a suscitaciones vitales. El primero, en orden cronológico, es un canto de desterrado, Vuelta a la patria (1876), cuya doble motivación, la alegría del regreso a la madre patria y el dolor ante la muerte de la madre carnal, hacen de éste el mejor poema entre todos los numerosos cantos de exilio que se escribieron en Hispanoamérica. Es una elegía asordinada, serena, sin estridencias.

Pobre poeta (s. fecha). El segundo gran poema, dedicado a la memoria del malogrado lírico puertoriqueño José Gautier y Benítez (1848-1880), contiene una conmovedora definición de la naturaleza espiritual del creador, aplicable, como es lógico, al mismo Pérez Bonalde. La sensibilidad del poeta está vista como un cilicio. Las dos primeras estrofas orientan ya acerca del tono y del tema:

¡Oh, no envidiéis al que en la herida frente
lleva cual fiero dardo
la inspiración ardiente,
la codiciada llama
que viva luz derrama
y gloria en torno al aplaudido bardo!

Oh no, no lo envidiéis; de la áurea rama
que sus sienes corona, cada hoja
representa un martirio, una congoja,
una herida profunda, un desencanto,
sangre del pecho, o de los ojos llanto.

Cada paso que avanza
de la inmortalidad en la ardua senda,
cada triunfo que alcanza
le cuesta una creencia, una esperanza
que más y más la bendecida venda
de la ilusión aparta de sus ojos.

Poema del Niágara (1880). El tercer gran poema, considerado entre otros por José Martí, como la obra maestra de Pérez Bonalde, es el Poema del Niágara, compuesto como el de Heredia, a vista de las imponentes cataratas. El poema obedece al sentimiento del romántico por la Naturaleza y a su identificación con algunos espectáculos naturales de gran belleza. Pérez Bonalde va más allá. El torrente y su catarata le hacen imaginar que en ellos está oculto un Genio a quien el poeta puede interrogar acerca los misterios de la vida y de la muerte. A las preguntas que formula, el eco responde sombríamente dando a entender que nada existe más allá de esta existencia efímera:

Heme aquí frente a frente
de la espesa tiniebla desde donde
oírme debe la deidad rugiente
que en su seno se esconde:
Dime, Genio terrible del torrente,
¿a dónde vas al trasponer, la valla
del hondo precipicio,
tras la ruda batalla
de la atracción, la roca y la corriente. . ?
¿A dónde va el mortal cuando la frente
triunfadora del vicio,
yergue, al bajar a la mundana escoria
en pos de amor, y venturanza y gloria?
¿A dónde van, a dónde,
su fervoroso anhelo,
tu trueno que retumba...?
Y el eco me responde,
ronco y pausado: ¡tumba!

Espíritu del hielo,
que así respondes a mi ruego, dime:
si es la tumba sombría
el fin de tu hermosura y tu grandeza;
el término fatal de la esperanza,
de la fe y la alegría;
del corazón que gime
presa del desaliento y los dolores;
del alma que se lanza en
pos de la belleza,
buscando el ideal y los amores;
después que todo pase,
cuando la muerte, al fin, todo lo arrase,
sobre el oceano que la vida esconde,
dime qué queda;
dí ¿qué sobrenada..?
Y el eco me responde,
triste y doliente: ¡nada!

Entonces, ¿por qué ruges,
magnífico y bravío,
por qué en tus rocas, impetuoso, crujes
y al universo asombras
con tu inmortal belleza,
si todo ha de perderse en el vacío. . ?
¿Por qué lucha el mortal, y ama, y espera,
y ríe, y goza, y llora y desespera,
si todo, al fin, bajo la losa fría
por siempre ha de acabar..? Dime, ¿algún día,
sabrá el hombre infelice do se esconde
e1 secreto del ser..? ¿Lo sabrá nunca..?
Y el eco me responde,
vago y perdido: ¡nunca!

¡Adiós, Genio sombrío,
más que tu gruta y tu torrente helado;
no más exijo de tu labio impío,
que al alejarme, triste, de tu lado,
llevo en el cuerpo y en el alma frío.
A buscar la verdad vino hasta el fondo
de tu profunda cueva:
mas, ay, en vez de la razón ansiada,
un abismo más hondo
mi alma desesperada
en su seno, al salir, consigo lleva...!
¡Ya sé, ya sé el secreto del abismo
que descubrir quería..!
¡Es el mismo, es el mismo
que lleva el pensador dentro del pecho:
la rebelión, la duda, la agonía
del corazón en lágrimas deshecho!

Flor (1883). El cuarto gran poema de Pérez Bonalde es el canto elegíaco que escribe bajo el terrible impacto que le produce la muerte de su hija Flor. Si en el Poema al Niágara dice salir del abismo, sin respuesta para sus grandes preguntas acerca de los misterios del ser, en Flor se enfrenta a Dios al no comprender cómo pudo haber sido herida de muerte una criatura que apenas abría los ojos a la vida. Es el dolor máximo, la suprema rebelión de los poetas satánicos, que en Pérez Bonalde es la culminación trágica de una existencia destrozada por el hado:

Señor, ¿existes? ¿Es cierto que eres
consuelo y premio de los que gimen,
que en tu justicia tan sólo hieres
al seno impuro y al torvo crimen?

Responde entonces: ¿Por qué la heriste?
¿Cuál fue la culpa de su alma triste?
¿Cuál fue la mancha de su inocencia?
¡Señor, respóndeme en la conciencias!

Alta la llevo siempre, y abierta,
que en ella nada negro se esconde;
la mano firme llevo a su puerta,
inquiero... y nada, nada responde.

¡Sólo del alma sale, un gemido
de angustia y rabia, y el pecho, en tanto
por mano oculta de muerte herido,
se baña en sangre, se ahoga en llanto!

¡Y en torno sigue la impía calma
de este misterio que llaman vida,
y en tierra yace la flor de mi alma,
y al lado suyo mi fe vencida!

.........................................................

¡Nada, ni la esperanza
ni la fe del creyente
en la ribera nueva,
en el divino puerto
donde la barca que las almas lleva
habrá de anclar un día;
ni el bálsamo clemente
de la grave, inmortal filosofía;
ni tú misma, divina poesía
que esta arpa de lágrimas me entregas
para entonar el aéreo de mi duelo...!
¡Tú misma no, no llegas
a calmar mi dolor...!
¡Ábrase el cielo!
¡Desgájese la gloria en rayos de oro
sobre mi frente... y desdeñosa, altiva
de su mal sin consuelo
al celestial tesoro
el alma mía cerrará su puerta:
que ni aquí, ni allá arriba
en la región abierta
de la infinita bóveda estrellada,
nada hay más grande, nada:
más grande que el amor de mi hija viva,
más grande que el dolor de mi hija muerta!

El traductor. Desde la niñez, se inició Pérez Bonalde en el estudio de lenguas extranjeras. A lo largo de su existencia, llegó a tener un asombroso dominio del latín, del inglés, del francés, del alemán, del italiano y del Portugués.

Los idiomas le permitieron conocer directamente literaturas extranjeras. Este factor contribuyó a hacer de Pérez Bonalde un romántico superior en muchos aspectos a la mayoría de sus compañeros hispanoamericanos.

Gracias a sus excepcionales conocimientos del alemán, Pérez Bonalde realizó la mejor traducción (1885) de El Cancionero (1827), de Heine. Pero no sólo lo tradujo impecablemente, sino que logró una musicalidad igualada más tarde por dos grandes del Modernismo, el colombiano José Asunción Silva y el nicaragüense Rubén Darío. Sirvan como muestra de la versión de Pérez Bonalde, estos excelentes dodecasílabos del poema La Esfinge:

Estoy en la antigua floresta encantada,
los tilos esparcen su aroma sutil;
del astro nocturno la luz argentada,
con mágico hechizo se adueña de mí.

Avanzo en las sombras cm pie temerario,
y al punto en los aires resuena una voz;
la voz del alado cantor solitario
que canta las glorias y penas de Amor.

Las glorias y penas de Amor canta el ave:
las dulces sonrisas, el llanto de hiel,
tan triste es su queja, su trino tan suave,
que en mi alma despiertan los sueños de ayer.

Mi planta en las sombras, intrépida, avanza:
un claro del bosque se ofrece ante mí,
y en él un castillo gigante que lanza
sus torres aéreas al alto cenit...

Exito similar que con la traducción de El Cancionero, obtuvo Pérez Bonalde con la versión (1887) del célebre poema El Cuervo (1845), de Poe. No sólo conserva con extraordinaria fidelidad la atmósfera de misterio que va in crescendo en el poema de Poe, sino que reproduce en castellano el ritmo trocaico del original inglés.
Pérez Bonalde vertió al castellano otros poetas, entre los cuales, el inglés William Shakespeare, los alemanes Ludwig Uhland y Johan Gottfried Herder.

ANTOLOGIA DE VUELTA A LA PATRIA

Cuando Pérez Bonalde escribe Vuelta a la patria (1876), navega rumbo a Venezuela, tras seis años de ausencia. Santiago Key-Ayala ha imaginado la escena en la que el poeta compone su canto elegíaco:
Fue a bordo del barco en que Pérez Bonalde regresaba a la tierra nativa, rumbo a Puerto Cabello, donde nació la "Vuelta a la Patria". Nació, vio la luz. ¿Cuánto tiempo había estado en el alma del hijo infeliz, moviéndose hacia la luz por una gestación de sueño?
El poeta mismo responde a la pregunta:

Una línea indecisa
entre brumas y ondas se divisa.
.................................................
Va extendiéndose el cerro
y unas formas extrañas va tomando,
formas que he visto cuando
soñaba con la dicha en mi destierro.

Días y meses, el desterrado estuvo haciendo el viaje de vuelta a la patria y se vio llegar con el pecho henchido por la emoción del retorno, primero; después, henchidos los ojos por el resto de sus lágrimas. Ahora viaja en realidad hacia "la tierra amiga". Imagino la escena del alumbramiento: Pérez Bonalde está en el puente del barco sentado ante una mesita con aquel donaire señoril que los años acentuaron. Sobre la mesita, frente a él, un vaso y una botella de cerveza. Al lado, en una silla, un libro de versos o de viajes. A manera de marcador, un haz de cuartillas y un lápiz. Pérez Bonalde da la espalda al Norte, donde el frío "hiela los espacios y las almas". Mira hacia el Sur, adivinando, presintiendo la "tierra amiga". En la monotonía del aislamiento, la fantasía transpone la realidad circundante y navega por el mar de los sueños. El barco va hacia Puerto Cabello. El sueño hacia La Guaira. Triunfa el sueño.

A juzgar por estas noticias, Vuelta a la patria fue concebido a bordo del navío en el que Pérez Bonalde navega hacía las costas venezolanas tras seis años de ausencia. Dos sentimientos parecen dominarlo en aquellos instantes. Hay en él una alegría causada por su reencuentro con la tierra natal. Este puro e intenso alborozo está mediatizado, sin embargo, por una honda melancolía. El poeta sabe que no encontrará a su madre, fallecida mientras él se encontraba en el destierro. Siendo de signo contrario estos sentimientos, al conjugarlos dentro de un mismo poema, Pérez Bonalde debía evitar que se estorbasen. El poeta resolvió esta dificultad dividiendo su poema en dos partes. La primera responde en temas, tono, ritmo y ambiente a la euforia espiritual del regreso. La segunda está consagrada por entero al sentimiento elegíaco en el que los temas se interiorizan, el ritmo se torna lento y el lenguaje confidencial.

La primera parte, es descriptiva. El poeta reseña lo que va viendo y sintiendo a medida que el bajel se acerca a las playas, luego desembarca y toma el coche que lo conduce a Caracas. Culmina con la aparición, casi fantástica, de la ciudad natal que parece brotar de la nada, tras una vuelta del camino, con sus blancas torres, sus techos rojos, sus azules lomas.

Como es propio del alma romántica universal, estas descripciones del paisaje se relacionan de inmediato con los estados anímicos del poeta. En este caso, con escenas de la infancia, y éstas, con los días dichosos de una inocencia perdida. El goce de la llegada se reparte entre el deleite ante la luminosidad de la naturaleza tropical "son seis años de brumas y de cielos grises", la emoción romántica ante lo autóctono, ante la gente rústica y simple en estado de gracia natural, y hasta en el dulce son del idioma nativo.

Esta primera parte posee un ritmo ascendente, progresivo, que conduce a un momento crucial del poema. La patria es primero una línea indecisa que entre brumas y ondas se divisa. A medida que el barco se aproxima, la costa va dibujándose mejor hasta que lo borroso se hace nítido y se ven las riberas bordadas de palmeras. La impaciencia por llegar salta en el pecho del poeta y se traduce en oraciones de forma imperativa: ¡A tierra, a tierra, o la emoción me ahoga! ¡Boga, boga, remero! ¡En marcha, en marcha, postillón!

Cuando ya divisa a Caracas y el ritmo del desenfreno emocional llega a su punto culminante, se produce el choque del sueño contra la realidad. El poeta recuerda que no tiene hogar, o, más exactamente, hogar materno, y le pide al cochero que lo conduzca al cementerio, uno de los lugares favoritos de los románticos. Todo este recorrido vertiginoso que le ha permitido dar sus impresiones del regreso, todo este canto de alegría, se transforma súbitamente en un discurrir elegíaco, lento, intimista.

«¡Apura, apura, postillón! Agita
el látigo inclemente.
¡Al hogar, al hogar! que ya palpita por él
mi corazón ¡Mas no, detente!
¡Oh infinita aflicción! Oh desgraciado
de mí, que en mi soñar había olvidado
que ya no tengo hogar...Para cochero;
tomemos cada cual nuestro camino;
tú al techo lisonjero
do te aguarda la madre, el ser divino
que es la vida centro y alegría
y yo...¡yo al cementerio!,
donde tengo la mía...»

Comienza entonces la segunda parte dé Vuelta a la patria. La confidencia personal da una dimensión subjetiva. A través del monólogo, Pérez Bonalde le refiere a su madre la suerte que ha corrido desde el momento en que se separó de su regazo, como quien entrega cuenta de sus actos. El que habla sin esperanzas de respuesta, es un poeta aniñado, triste, escéptico, que retorna sin nada qué ofrecer, como no sea una flor amarilla del camino y el resto de llanto que le queda. Dos presentes románticos: el amor por la naturaleza y la manifestación viva del sentimiento. Reconfortado tras el desahogo, el espíritu del poeta cobra nuevos bríos. Cuando se marcha del cementerio lleva el alma en paz, y, como siempre, la frente erguida, resuelto a continuar luchando.

Los cantos de desterrados "como éste de Pérez Bonalde" fueron un género frecuente en la poesía romántica hispanoamericana y española. Con frecuencia, estos cantos iban unidos al tema político, en la medida que el desterrado padecía los rigores materiales y morales del ostracismo, protestaba contra los tiranos que arruinaban su patria y lo mantenían lejos de los suyos. Dentro de estos cantos figuran el Adiós a la patria, de Rafael Mª Baralt; La despedida de la patria, del colombiano José Eusebio Caro; La vuelta a la patria, del colombiano Miguel Antonio Caro; La vuelta al hogar, de José Joaquín Pérez. También el español Martínez de la Rosa tiene una composición sobre este género. Sin negarles calidades poéticas, ninguna de ellas supera la elegía de Pérez Bonalde.

«Caracas, allí está, vedla tendida
a las faldas del Avila empinado
Odalisca rendida
a los pies del Sultán enamorado»

El poeta de Caracas, Juan Antonio Pérez Bonalde.

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