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Miércoles, 07 de Junio de 2017
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Luis Manuel Urbaneja Achelpohl

   

(Martes, 25 de Febrero de 1823)

Luis Manuel Urbaneja Achelpohl

Continuador de la tendencia literaria de Manuel Vicente Romerogarcía es Luis Manuel Urbaneja Achelpohl, considerado como padre del Criollismo venezolano.

Nace en Caracas de padre venezolano y madre alemana. Su adolescencia es de estirpe romántica: rebelde ante los convencionalismos sociales, desinteresado por la educación tradicional, amante de la naturaleza. De ahí que emprende largas excursiones durante las cuales se interna en los campos, a veces por semanas, al cabo de las cuales regresaba tan silenciosamente como se había ido, trayendo inundada el alma de gentes y paisajes criollos. Con estos motivos comienza a escribir en un género que estaba de moda. Se trataba de pequeños poemas en prosa, que solían denominarse "acuarelas".

El autor de Peonía fue uno de los más célebres "acuarelistas" venezolanos. Quizá por ello, y por razones de afinidad más profundas, Urbaneja le dedica a Romerogarcía esta Acuarela, que data de 1894.

El sol se marcha. Sobre el oscuro verde de la montaña antoja un tono anaranjado, que colándose por los huecos del follaje ilumina la seca hojarasca y las gruesas raíces que salidas a flor de tierra parecen extrañas serpientes inmóviles. Por una ladera desciende un grupo de mujeres, llevando en la cabeza sobre gruesos rolletes haces de chamizas; el viento abomba sus faldas terrosas, y ruedan a sus pasos los guarataros a los oscuros senos de las quebradas. En llegando al pueblo, se van en derechura de las cocinas, que de pronto se iluminan con las sanguíneas llamas de las chamizas en los fogones.

Ya todo es sombra. La montaña es una negra silueta destacándose en el fondo azul del ciclo, en donde comienzan a palpitar las estrellas de oro. Todos los techos de cocuiza tienen su pardo penacho de humo: en las cocinas de los ranchos, la familia labriega, recostados los unos a los gruesos horcones del bahareque, sentados los otros sobre las enjalmas de los asnos que rebuznan en el gamelotal, beben guarapo a largos sorbos en sus pichaguas, mientras que en los fogones estallan los ramos secosy por el camino alguien, alejándose en el silencio de la noche, deja, perdido en el aire, el triste, monótono galerón:

Nacemos entre sollozos
y entre lágrimas morimos.
Si no hay placer para el hombre,
entonces, ¿por qué vivimos?

En este apunte de los veinte años, aparecen ya los elementos básicos del Criollismo que van a dirigir toda la obra de Urbaneja: temas autóctonos, opuestos al exotismo de los modernistas, orientados a la captación del paisaje criollo y de los tipos humanos característicos del país, con sus trajes, costumbres, hábitos de trabajo, formas de vida en general, así como el uso de términos venezolanistas ("chamiza", "pichagua", "guarapo").

Urbaneja abandona repentinamente la vida errátil y se disciplina en los estudios. En el Colegio Aveledo finaliza su educación media. Se inscribe en la Universidad; cursa hasta el cuarto año de Derecho. Pero su verdadera vocación estaba en una creciente pasión literaria. Un día sus compañeros universitarios no vuelven a verlo en clase. Uno de ellos, Pedro Emilio Coll, lo recuerda:
Meses hacia que Urbaneja faltaba a nuestras pequeñas tertulias literarias y a los patios de la Universidad, en donde como estudiantes solíamos encontrarnos; no se le veía en calles, ni plazas; ¿en dónde diablos se había metido?

Alguien me asombró con la noticia de que Urbaneja tenía un vaquería. No, quería convencerme por mis propios ojos. Y allá me fui. Pasé la rústica puerta de un corralón, tropecé con una carreta repleta de hierba, con varios instrumentos de labranza, con una montura desvencijada, y entre el vaho cálido del establo, acariciando con su mano el lomo de una vaca, estaba Urbaneja Achelpohl, con burdos zapatos y un kepis blanco que a duras penas le sujetaba la cabellera desordenada. Un grueso abrazo y una gruesa carcajada.

-Esta es la vida -parlaba entre risas desdeñosas, esta atmósfera me grada más que la de los círculos literarios, que es de hipocresías y envidias; las vacas me quieren y me obedecen; todas me conocen; mira aquella que me guiña los ojazos; acaso está celosa de ti. No, y lo que es como higiénico, seguro que vale la pena. Mírame!

Y en efecto, él que antes era flacucho y amarillento, tiene ahora anchos los hombros y panzudas las rosadas mejillas.

Estos oficios campestres le deparan, por añadidura, el contacto diario, íntimo y desaprensivo con esa Venezuela rural que tan de bulto aparece en sus relatos. Urbaneja experimentó verdadera complacencia e interés por las gentes rústicas, con las que charla por horas, sobre sus formas de vida, sus problemas, tradiciones, costumbres, consejas. Así lo testimonia su amigo y, en cierta medida su discípulo literario, José Rafael Pocaterra:
Acaso solo con su alma y con su talento, por los ojos se lo entraba mejor el paisaje; y como si todo lo demás fuera un mundo de fantasmas, captaba el gañán y el predio, la yunta de bueyes y el crepúsculo, la moza y la vieja, y tal vez el campanario del pueblecito y siempre el celaje en sangre coagulada y el verde tierno de los "botones de algodonero".

A los veinticinco años, Urbaneja recibe su bautizo de fuego, en la Revolución Nacionalista que acaudilla el General Hernández contra el gobierno de Ignacio Andrade. Las escenas de violencia que presencia en los campos de guerra, los increíbles personajes que conoce, le permiten describir y narrar con gran vigor y realismo las batallas de su mejor novela, En este país!... En una de esas escenas aparece fugazmente un personaje extraordinario, la "Mapanare", una de aquellas mujeres que iban en seguimiento de sus hombres, durante las penosas marchas y contramarchas de la revolución. Heroínas a ratos, samaritanos, despojadoras de cadáveres, con cabeza y manos tiznadas por las quemaduras de la pólvora, estas soldaderas parecían encarnar la violencia, la rapiña y el amor.

Después de esta experiencia bélica la vida de Urbaneja Achelpohl transcurre en la paz hogareña. Se aparta de los cenáculos políticos e intelectuales, se dedica a su trabajo bucólico y al ejercicio callado pero continuo de su oficio literario. Por la mañana dialoga con gañanes, peones, ordeñadores; por la tarde recibe la visita de sus compañeros de letras, Pedro Emilio Coll, Pedro César Domínici, José Rafael Pocaterra, Rufino Blanco Fombona, Rómulo Gallegos, Jesús Semprum, Juan España. Durante los gobiernos dictatoriales de Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez, Urbaneja se aparta aun más. Con su familia habita en los aledaños de Caracas, primero en Los Dos Caminos, luego en Quebrada Honda, más tarde en El Valle. Se gana la vida administrando una pequeña vaquera. Ya en las postrimerías de su existencia, acepta dirigir la escuela de arte escénico que funda el Ministerio de Educación (1936). A los sesenta y cuatro años fallece en Caracas. Desde su refugio de exilado en Point-Claire (Canadá), José Rafael Pocaterra imagina la escena del sepelio de Luis Manuel Urbaneja Achelpohl:
Le habrán ido a sacar de su casita en El Valle, allá oculta tras un Jardín, bajo algunos árboles...Habrá trepado esta vez a hombros ajenos, las escaleras que suben hasta la callecita urbana, con su tejadillos bajos y sus fachadas al temple. Al temple de la modestia ciudadana, callada, humilde, que fue la existencia de un gran artista.

Ya no volverá a descender más la cuesta, ya no irá a pasarse sus tardes a la estrecha mesa, con los espejuelos caídos y las cuartillas dispersas; y le habrán cantado el responso final y por la misma carretera que de la vulgar capital le traía a la paz de su albergue, ahora le llevarán, a ubicarlo en la medida estrecha, bajo la piedra cifrada. Algunas lágrimas, el registro de su partida de propiedad en la tierra venezolana donde al fin tiene casa propia. Comentarios de prensa. No mucho ruido, no, que ese que llevan a enterrar es un pedazo de la Venezuela eterna; y a Venezuela se la entierro así, por trozos y modestamente.

SU OBRA LITERARIA

A juzgar por el testimonio de Pedro Emilio Coll, el inicio de Urbaneja como escritor está bajo el signo de la estética modernista afrancesada. Pero ya en 1893, al filo de los veinte años, Urbaneja se encuentra escribiendo estampas criollas. Y un año más tarde inserta en la revista Cosmópolis dos ensayos doctrinarios, en los que aboga por una literatura nacional. Urbaneja parece haber captado el mensaje de Peonía, y de una vez para siempre consagra su entusiasmo a expresarles paisajes de su tierra, y a narrar lo que le ocurre a los hombres de pueblo con quienes se tropieza en posadas de camino, a la sombra de los bucares, en los barbechos, al pie de las vacas. "Un pueblo que no posee la manera genuina de expresar sus sentimientos -escribe Urbaneja- no tiene derecho alguno a aspirar un puesto en la armonía universal".

Extinta Cosmópolis, Urbaneja pasa a ser uno de los más asiduos colaboradores de El Cojo Ilustrado. En 1896 publica su primer cuento, "Botón de algodonero". Desde entonces, y hasta 1914, es un consecuente redactor de la publicación de Herrera Irigoyen, en cuyas páginas ven la luz la mayor parte de sus relatos breves, compilados casi todos en los dos volúmenes El Criollismo en Venezuela en cuentos y predicas (1945). Publica tres novelas: En este país!... (1920), El Tuerto Miguel (1927) y La casa de las cuatro pencas (1937). Al parecer, deja inédita A la sombra de la Negra Juana.

Resumen crítico de la novela "En este país!....... ". Consta la obra de veinte capítulos, estructurados en tres partes fácilmente identificables.

La primera parte (capítulos I-XI) transcurre en la hacienda "Guarimba", situada a escasa distancia de Los Dos Caminos, a orillas del río Tócome. En aquel ambiente paradisíaco, una pareja de jóvenes, Paulo y Josefina, se atraen y terminan por enamorarse. Es, en esencia, el mismo tema idílico que ya conocemos como típico en la novela hispanoamericana del diecinueve y primeras décadas del veinte.

La circunstancia de que Paulo es un pobre peón, y ella, la hija de los dueños de "Guarimba", crea el conflicto, que es de orden socioeconómico. Paulo y Josefina, al ser engendrados expresamente para protagonizar un conflicto de clases, resultan convencionales y estáticos. A lo largo de la novela, Paulo no hace sino atender a sus sentimientos por Josefina, como peón que la acompaña en sus excursiones campestres, como soldado que arrostra toda clase de peligros y cumple las mayores hazañas en su afán por hacerse general, e ingresar a la clase de su amada. Desde los tiempos de la Independencia -recuérdese la trayectoria de Páez- este fue uno de los caminos que el hombre del pueblo tuvo para superar su origen.

Josefina es una muchacha enfermiza que recuerda a las heroínas románticas. Haciendo caso omiso de los prejuicios de clase, se enamora de Paulo Guarimba, descendiente de esclavos, afronta la ira de sus padres, que la arrojan de la casa por considerarla indigna. En este aspecto, la novela de Urbaneja, es folletinesca.

Más interesante es el doctor Gonzalo Ruiseñol, propietario de la hacienda "La Floresta". Graduado en Norte América de Ingeniero Agrónomo, regresa lleno de proyectos encaminados a lograr un mayor rendimiento de las tierras de labranza, un mejor provecho en la cría de ganado vacuno y de las aves de corral. Sus ideas progresistas chocan con la opinión adversa de los viejos agricultores, quienes llegan a juzgar al doctor Ruiseñol como un demente, un botarate o un soñador. El personaje de Urbaneja recuerda al joven ingeniero Carlos, el de Peonía, y, en alguna medida se emparenta con el futuro Santos Luzardo, de Gallegos.

Otro personaje de algún interés, como caricatura social, es un periodista de apellido Guaro, adulador, oportunista y reaccionario.

Salta a la vista el propósito de Urbaneja. El quiere erigir a todos estos personajes en símbolos de una Venezuela descompuesta por la ambición y las guerras civiles. Por ello, uno de los valores en esta novela es de carácter ético. Se ha observado que el título En este país!... es idéntico al de uno de los artículos de costumbres del romántico español Mariano José de Larra (1809-1837). Más que una simple coincidencia de títulos, hay una relación más profunda, consistente en una definida y beligerante posición de moralistas que toman las costumbres de sus pueblos, así como los personajes característicos de ambas sociedades, para ejercer una función de censores. Esta orientación ética de Urbaneja se evidencia en la segunda y tercera parte de la novela.

La segunda parte (capítulos XII-XVII) tiene por escenario los campos de la guerra civil. Los combates, particularmente, están narrados con gran vigor y realismo, por lo que es de suponer que responden a vivencias de Urbaneja en sus andanzas revolucionarias. En esta guerra juegan su suerte Paulo Guarimba (quien pelea como recluta en las filas del gobierno), y el doctor Gonzalo Ruiseñol (quien se ha ido con los revolucionarios para salvar de la hipoteca su hacienda "La Floresta"). El bando subversivo pierde. El doctor Ruiseñol cae preso y es conducido a una tenebrosa cárcel política, a la que llega moral y materialmente destruido. De la prisión lo libera el General Paulo Guarimba, Ministro de Guerra y Marina, quien además le consigue un empleo como archivero, para que el doctor Ruiseñol viva decorosamente.

La tercera parte (capítulos XVII-XX) refiere la entrega de la hacienda "La Floresta' a don Toribio y doña Carmen Pichirre; y las bodas fastuosas del General Paulo Guarimba y Josefina Macapo quienes cuentan ahora con la aprobación y el contento de los padres de la novia.

La novela de Urbaneja presenta el ascenso de un personaje del pueblo a las cimas del poder. En esto, Paulo Guarimba recuerda al General Galindo, personaje de Idolos rotos (1900), quien de mayordomo de hacienda llega a Ministro de Fomento. Pero Urbaneja va más allá. Guarimba, cifra del pueblo, sale del anonimato y escala elevadas posiciones. Pero Ruiseñol desciende de la posición de un rico terrateniente a la de un empleadillo de ínfima categoría. El tema de la descomposición moral y el desmoronamiento de la vieja aristocracia terrateniente venezolana, es también materia novelística en José Rafael Pocaterra, particularmente en Vidas oscuras (1916). El tema no se queda en estos narradores, sino que avanza hasta Rómulo Gallegos, quien lo replantea en La trepadora (1925).

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