Efemérides Venezolanas
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Jueves, 03 de Agosto de 2017
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El Juramento de Roma

   

(Jueves, 15 de Agosto de 1805)

El Juramento de Roma

El 15 de agosto de 1805, en compañía de Simón Rodríguez y Fernando Toro, Bolívar asciende a la histórica colina romana del Monte Sacro y allí, en el solemne templo de la naturaleza, el futuro Libertador, de apenas 22 años de edad, jura por la libertad de Venezuela.

El día 15 de agosto de 1805, hacia el atardecer, se produce un hecho sencillo, que ha entrado en la Historia con calidad de sublime. Simón Bolívar emprendió uno de sus largos y nostálgicos paseos en compañía de Simón Rodríguez. El lento paseo lo condujo hasta la cumbre del Aventino, el Monte Sacro de Roma. Una de las siete colinas de Roma. Caía la tarde y ya habían descansado un poco, allí en lo alto, podía admirarse en la serenidad de la tarde la ciudad a los pies del monte. Rodríguez y Bolívar se sentaron a descansar. Sus miradas recorrían el amplio paisaje que se ofrecía ante sus ojos. Admirando aquel panorama, a Bolívar le vino el recuerdo del campo y el paisaje venezolanos, y pensando en los plebeyos conducidos por Licinio hasta aquel monte, recordó a su país ansioso también de libertad y en voz alta y firme, para que le oyeran sus acompañantes, dijo:

"¿Conque este es el pueblo de Rómulo y Numa, de los Gracos y los Horacios, de Augusto y de Nerón, de César y de Bruto, de Tiberio y de Trajano?. Aquí todas las grandezas han tenido su tipo y todas las miserias su cuna...

Seguí hablando, pensando en todo lo que le inspiraba ese pueblo, que había dado para todo, menos para la causa de la humanidad. De pronto, la exaltación acumulada durante los días anteriores en el corazón de Simón Bolívar y la angustia que le produjo el recuerdo de su país natal explotaron violentamente. Con los ojos encendidos como dos llamas, se puso en pie, se aferró con frenesí a las manos de Rodríguez, cayó de rodillas y dió rienda suelta a sus pensamientos con una emoción incontenible.

"Juro delante de usted; juro por el Dios de mis padres; juro por ellos; juro por mi honor, y juro por la patria, que no daré descanso a mi brazo ni reposo a mi alma, hasta que haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español".

El hermoso cielo romano, teñido con las luces rojas del atardecer, recogió y guardó amorosamente aquel gran juramento histórico que un joven criollo acababa de hacer en la cumbre del Monte Sacro y que iba a ser la divisa de toda su vida.

Tenía entonces 22 años. Y no sólo fue por el fragor de la juventud, lo que hizo hacer este juramento, sino porque así lo sentía. Estaba inspirado en medio de las alturas de la Roma milenaria.

ANALISIS SOBRE LA DIVISA DE BOLÍVAR

TRINOMIO FUNDAMENTAL
SOÑAR.
PROYECTAR.
REALIZAR.

Soñar:
Soñar es anticipar un futuro mejor. El sueño puede ser individual y manchado de egoísmo. Si anticipa una mejora para el individuo, capaz de hacerlo más apto, si la mejora no es antisocial, el sueño, sin ser un gran sueño, es legítimo. Al fin de cuentas, la mejora social de los individuos concluye en mejora colectiva. El mayor valor de los sumandos engrandece la suma. Nosotros, jóvenes, tenemos el derecho de soñar así.

Cuando el sueño, sin dejar de ser individual y egoísta, se entrelaza con sentimientos altruistas, comienza a ganar en nobleza e importancia. El joven profesional aspirante a mayor aptitud para elevarse y ganar crédito, consideración y proventos; aún el artista y el hombre de ciencia, aspirantes a saber por el placer de saber y elevar su pensamiento, cumplen una función moral y no tienen por qué avergonzarse de su sueño. Si a la vez sueñan con poner sus aptitudes, sus ganancias espirituales al servicio de su país y de la humanidad su sueño se sale de ellos y entra en el más alto nivel del sueño colectivo.

Simón Bolívar, apenas adolescente, comienza a soñar. Sueña, primero, con el amor idílico, la novia cándida y pura, la suave felicidad del hogar tranquilo. Sueña con reconstruir el ambiente que la vida le negó al arrebatarle a sus padres. Sueña - el sueño que nunca abandonó -, sueña tener hijos y ser para ellos el padre amoroso que él apenas tuvo. Sueño adolescente, todavía uniforme; sueño individual, candoroso y egoísta.

Roto este período de sueño por la adversidad, Bolívar comienza a soñar de nuevo. Ahora sueña con el lujo, el esplendor, la gloria. Sueños vagos y todavía abstractos, en apariencia más egoístas que los primeros. Observemos sin embargo, que Bolívar sueña ya con la gloria. La gloria, si egoísta, no es gloria: es vanagloria. Pero a la reciedumbre que comienza en Bolívar, no le satisface la vanagloria. El fausto, el oropel, lo cansan pronto y busca a tientas satisfacer la más honda y luminosa preocupación de un alto espíritu dar un objeto a su vida.
¿En cuál momento se ofrece brillante y neto al pensamiento de Bolívar, el grande, el único objeto de su vida? Para suplir el silencio de la verdadera Historia, se supone que fue el juramento del Monte Sacro, acto severo y sencillo pero detonante.

Muchas veces se olvidan que Bolívar mismo en la famosa carta a su maestro dice con toda claridad: "Fuimos juntos al Monte Sacro a jurar la libertad de América", a realizar un propósito deliberado y decidido de antemano. El juramento del Monte Sacro es la revelación externa y solemne del sueño larga y lentamente elaborado. El pronunciamiento de votos que han llegado a los labios después de haberse revuelto muchas veces en el pensamiento y en el corazón. Es más grande aún, y armoniza en su lenta gestación con el secreto de su larga durabilidad.
Los sueños de Bolívar, por transformación ascendente, han llegado al sueño colectivo. El sueño de él es y será el sueño de millares de hombres; sueño de millares de sus contemporáneos, sueño de generaciones por venir. Soñarán con la libertad de América, la dignificación de América, el engrandecimiento moral y material de América.

No es dado a todos los jóvenes alentar sueño tan grande y con tanta intensidad como Bolívar. Porque él era grande en espíritu y la magnitud de su sueño estaba a la medida de su gran espíritu, cual estaba su espíritu a la medida de su sueño.

Forjemos, nosotros, nuestros sueños a la medida de nuestros espíritus. Coronemos, si lo podemos - y la mayoría de nosotros lo podrá -, coronemos nuestros sueños individuales con el sueño colectivo. Ya por el hecho del engrandecimiento y la mayor nobleza de nuestros sueños crecerá nuestro espíritu. El gran sueño colectivo es un río caudaloso. Los que no podemos ser río, seremos al menos el arroyo afluente que lleva lo que tiene, el modesto y valioso tesoro de sus aguas límpidas, y a la gran corriente. En el caudal de los grandes sueños humanos correrá inadvertido, pero real y poderoso el caudal de nuestro propio sueño.

Proyectar:
Noble es soñar y soñar en grande. Mejor en todo caso que vivir adherido a los días presentes sin dirigir el espíritu hacia días y niveles más nobles. Con todo, el sueño no basta. Es apenas la primera etapa de un largo camino. Por cuanto implica un progreso interno, merece nuestra simpatía y nuestro respecto. Merece más nuestra gratitud y nuestra admiración; cuando pasa de sueño, se proyecta hacia afuera y comienza a ser acción.

Algunos creen haberlo hecho todo, porque sueñan o han soñado. Mientras otros realizan, sienten ellos consuelo y hasta orgullo en decir: "Yo había pensado eso". La colectividad reserva apenas una flor para los que sólo han soñado. Para los que han luchado y padecido por su sueño, guarda las coronas de laureles, las de bronce y aún las de espinas: ligeras, unas; pesadas, otras; glorificadora, siempre.

Hay una clase de glorificadores, de indiscutible alteza. Para ser ellos precisa poseer cualidades de excepción. Son los hombres de gran sinceridad, hondo pensar, verbo encendido o preciso, que empujan las voluntades ajenas en el sentido de su sueño. Predicar así es actuar, porque de su impulso nace la acción.

En el campo modesto señalado a los más, el peldaño inmediato superior al sueño es proyectar. Proyecto es prólogo de realización. El sueño apenas tiene contacto con la realidad objetiva. El proyecto comienza por tener cuenta de la realidad, medirla, pesarla, analizarla.

Es, por supuesto, un grado de elevación. Pide mayor esfuerzo, conceptos claros, virtudes más concretas que las del brillante soñador. En el proyectar se pone a prueba el temple del carácter, la densidad del pensamiento, el espíritu crítico, la claridad de la visión. Bolívar tiene todo esto. Proyecta para las circunstancias inmediatas. Proyecta para las circunstancias remotas. Remotas en el tiempo y en el espacio.

Los proyectos son para él sólo capítulos de la obra gigantesca a la cual se ha consagrado, etapas de un itinerario previsto, a cuyo extremo, remoto, están la libertad, la dignidad de América.
"Mientras haya que hacer, nada hemos hecho". Es su concepto de la obra integral. Queda para otros, ilustres servidores del ideal americano, más sin la visión amplísima del Libertador, conformarse con realizaciones parciales, descoyuntadas entre sí por falta de la visión de conjunto. Él resume todos estos ideales en el enorme suyo. Por eso no descansa. No puede descansar. Siempre falta por hacer y es como no haber hecho nada. Bogotá, Caracas, Quito, Lima, el Cuzco; cada una es la base para la etapa que sigue. Punto de apoyo para el inmediato esfuerzo.

Cuando escapado del desastre de la primera República venezolana, poco brillante aún, pobre de autoridad, expone sus miras, ya en su espíritu están eslabonados los proyectos parciales, trazada la cadena de realizaciones. Con tal claridad, con tal lógica, que espíritus reflexivos comprenden al punto, no ya el fuego generoso del soñador y del apóstol, sino también la trabazón férrea del proyecto, la estructura de la obra, el edificio concreto de inevitable coronación.

Halla protectores eficaces porque lo han comprendido. Son hombres de Estado, capaces de medir las dificultades y los medios de vencerlas. Esto es lo que Bolívar les pide. Dénsele, que él sabrá emplearlos. Ellos se lo dan, porque han visto del brazo, junto con el soñador, al hombre de pensamiento y de realidad, clara y larga la mirada, fuerte el puño; al proyectista audaz, pero calculador, extraño a visiones inconscientes, matemático de la vida, apreciador justo de los valores de las ideas, los hombres y las cosas.

Pintar al Bolívar que proyecta, al Bolívar que condensa sus sueños, al Bolívar que, a la luz de su gente, forma planes, ordena y los prepara, es pintar el mayor de los hombres de excepción que conviven en su personalidad, es hacer la relación de su vida y de su obra. Allí reside todo él. Si ese Bolívar, a la vez que subjetivo y objetivo, hijo del sueño y de la realidad, no hubiera coexistido, tendríamos un fantaseador y un poeta, no un Libertador.

Hemos tenido en Venezuela después de Bolívar, hombres ilustres que amaron la Patria, la sirvieron y son parte de nuestra herencia de orgullo. No estamos escasos de hombres que poseyeron grandes aptitudes de sueño y las desplegaron como una bandera. Hemos poseído hombres fuertes y hombres de pensamiento y de virtud. Han solido faltarnos los caracteres completos, donde las facultades, quizás con menor intensidad, pero con mayor lógica y armonía, se compartieron el dominio de la acción. Hemos tenido con frecuencia las mejores aptitudes, no concentradas en una sola personalidad, sino esparcidas en personalidades distintas. La falta de conjunción entre tales aptitudes nos han costado caro en muchas etapas de nuestra Historia.

Produjimos hombres incompletos y mal equilibrados, o disociados, o constituídos en proporciones inarmónicas. No han estado, no podían estar, como estuvo Bolívar a la altura de las más variadas circunstancias. Les faltaba la comunión entre el ideal y la realidad. Tuvieron exceso de lirismo o exceso de practicismo, no la íntima conexión que hace los grandes civilizadores, los grandes estadistas, los grandes reformadores.

Alentamos la ilusión de que, en generaciones sucesivas, se multipliquen los hombres del tipo de Bolívar, los hombres completos, en profusión y al menos comparable con la profusión de imágenes materiales del Libertador.

Realizar:
Las historias corrientes nos relatan la obra de Bolívar. La consagró el éxito y la admiración justa la dilata y la dilatará más de siglo en siglo. Deslumbran los hechos y las muchedumbres, y aun los hombres que se juzgan extraños a la muchedumbre se inclinan ante los hechos. El éxito es la primera razón de su admiración. Conviene a los jóvenes estudiar la vida de Bolívar. Estudiarla, comprenderla y admirarla después. Conviene comprender que la obra de Bolívar es un resultado. Resultado lógico de las fuerzas condensadas en el Libertador. Entonces, la obra es una consecuencia y nuestra admiración se vuelve hacia la justeza y la grandeza de las premisas. Se refiere que el descubridor de Neptuno, luego de precisar por el cálculo la necesidad de su existencia, fijó el punto del cielo donde debería encontrar. Tan seguro estaba de la consecuencia que no se dignó siquiera a apuntar al cielo un telescopio para comprobarlo. Otros lo hicieron por él y comprobaron el triunfo ruidoso del pensamiento y el método.

Cuando presenciamos el triunfo de un virtuoso de cualquier arte nos entregamos al encanto del éxito y admiramos el resultado bello y armonioso. El joven artista que presencia, el soñador del propio triunfo por venir se detiene a estudiar los caminos que aseguraron el éxito del artista admirado, la pincelada, el dominio de la técnica, la habilidad del acorde, el vencimiento de las dificultades, la vida de esfuerzo y constantes del artista. Entonces la admiración por la obra cede el primer puesto a la admiración de las virtudes que la realizaron. Es la ejemplaridad de la obra y de la vida de Simón Bolívar.

Con razón sobrada se asigna a los que llegan muy alto en el desarrollo de su actitud el renombre de maestros, aunque no sean profesores. Enseñan por su propia virtualidad. Su obra y su vida siguen siendo lecciones cuando el hombre que las dá, vuelto polvo, no tiene ya otra voz que la de su ejemplo.

Sin la ejemplaridad, las grandes acciones, las grandes obras, carecerían de acción social. Proliferan, y así se dilatan en el tiempo. Ciertas radiaciones poseen la virtud de despertar -digámoslo así- nuevas radiaciones que sin las primeras no podrían producirse. De las personalidades grandes y útiles al desarrollo humano fluyen las radiaciones del ejemplo que despertarán nuevas radiaciones y prolongarán la acción de la personalidad.

Por su grandeza intrínseca, la obra de Bolívar radia, y a torrente, la ejemplaridad. Los caminos que la hicieron posible, los caminos del esfuerzo están siempre abiertos, y si no son siempre los mismos, su conocimiento adiestra para andar por los caminos viejos y realizar la obra propia adecuada al momento en que se diga. La ejemplaridad no está tanto en los resultados como en los recursos y métodos que puso en acción.

Bolívar sueña, proyecta, realiza. Apura el Trinomio Fundamental. Soñar, Proyectar, son premisas. La acción es la consecuencia. Sin ella, la vida de Bolívar hubiera sido raciocinio inconcluso. No fue así. Fue hombre completo. Coronó la trilogía iniciada en su juventud, la trilogía en que deben inspirarse los jóvenes, la que hace grandes a los hombres y a los pueblos. Soñar, proyectar y realizar.

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