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Lunes, 16 de Enero de 2017
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La Revolución Restauradora

   

(Martes, 23 de Mayo de 1899)

La Revolución Restauradora

Cipriano Castro, en armas contra el Gobierno de Ignacio Andrade, cruza el 23 de mayo de 1899 el río Táchira, en el comienzo de una victoriosa marcha hacia Caracas. Era la Revolución Liberal Restauradora o invasión de los sesenta. Entre quienes acompañan a Castro iba su compadre Juan Vicente Gómez.

Castro proclamaba que Andrade violaba la Constitución y él la restauraría. En la población tachirense de Capacho, su cuna, lo espera una multitud. Allí organiza un ejército de 1.500 hombres y avanza hacia Caracas, de triunfo en triunfo, hasta llegar a la capital el 23 de octubre de 1899. El lema de su revolución era: Nuevos hombres, nuevos ideales, nuevos procedimientos.

La bala de la Carmelera (donde muere Joaquín Crespo) va a trazar rumbos nuevos a la historia política venezolana. El Congreso de 1899 acuerda restablecer la autonomía de los Estados conforme a la Constitución de 1864 y dispone que en tanto se organicen las secciones con el carácter de Estados, Andrade nombre presidentes interinos volviendo a las «autonomías históricas». Esta reforma divide el Congreso en revolucionarios y constitucionalistas y le da bandera legitimista a los aspirantes a la silla presidencial.

Cipriano Castro, antiguo parcial de Andueza Palacio, cruza el río Táchira el 23 de mayo de 1899. Esta invasión se ha llamado la Revolución Liberal Restauradora o invasión de los sesenta. De segundo viene Juan Vicente Gómez, antiguo comerciante en ganado y de carácter reservado.

Castro es hombre nervioso, retórico, valiente. Triunfa en «Tononó», «Las Pilas», «Cordero». Resuelve marchar al centro y en Trujillo aprovecha la vieja contienda entre conservadores y liberales para identificarse con los segundos. En las alturas de Nirgua derrota al general Rosendo Medina y en Tocuyito, vence definitivamente a los generales Antonio Fernández y Diego Bautista Ferrer. Recibe el apoyo de los «nacionalistas», quienes creen que está trabajando para su jefe. Así lo apoyan Loreto Lima y Samuel Acosta.

Los liberales caraqueños que desconfían de Andrade presionan sobre éste para que renuncie y ganarse así al jefe andino, cuya influencia le disputan los nacionalistas. El banquero Manuel Antonio Matos, cuñado de Guzmán Blanco, quien se entrevista con Castro y le expone las bases necesarias para un pacto: renuncia del Presidente Andrade ante el Congreso, implantación de la Constitución de 1864 y nombramiento del Presidente por el Congreso. Castro pide la rendición incondicional.

Inexplicablemente, cercado por la traición, Andrade resuelve huir y el Presidente del Consejo de Gobierno declara acéfala la jefatura y se encarga del gobierno. Su fuga determina el triunfo de Castro. «Nuevos hombres, nuevos procedimientos, nuevos ideales», es la síntesis de su programa.

Con la entrada de Castro, Caracas ve de nuevo espectáculos a los cuales ya se había acostumbrado. Similar al de 1864, cuando entraron los federales, al de 1870, cuando entraron los de la Revolución de Abril, al de 1892, cuando penetraron los llaneros «legalistas» de Crespo. Adquiere de nuevo aspecto de campamento. Con Castro, dice Juan Oropesa, penetra en la historia «la llamada invasión andina, porque con ella irrumpen por primera vez en el escenario de la política nacional las hasta entonces más sedentarias masas de las tierras altas, integradas por gentes que hablan pausadamente, arrastrando las eses y cuya misma fisonomía, difiere de la del tipo más hibridizado del resto del país. Son los rústicos de la montaña, como antes habían sido los del Llano, Oriente y la Costa, quienes integran en su mayor parte el ejército con que Castro recorre, en poco menos de seis meses, los mil y tantos kilómetros que tiene que atravesar para llegar a Caracas».

El primer Gabinete de Castro se integra con predominio de los liberales del continuismo anduecista. El 28 de octubre de 1899, «El Mocho», aún con su nombramiento de Ministro en el bolsillo se pronuncia porque el Gabinete «no corresponde a las aspiraciones de la Revolución que quiere moralidad política y administrativa». No tarda en ser vencido y prisionero.

El año 1900 marca la ruptura de Castro con los banqueros capitalistas. Ante la negativa de éstos de suscribir un empréstito, el gobierno amenaza con abrir las cajas fuertes a mandarriazos. Además, dicta un decreto mandando a acuñar dos millones y medio de bolívares en plata y a circular setecientos cincuenta mil bolívares en níquel. Tal decreto introduce el pánico financiero y los banqueros objetan la política de Castro, yendo a tener a la cárcel. No tarda en lograrse la paz con los contendientes, pero al poco tiempo Matos, uno de los banqueros encarcelados, surgirá como jefe de la llamada Revolución Libertadora.

LA REVOLUCIÓN LIBERTADORA

 

Castro tiene que afrontar un vasto movimiento revolucionario de los viejos caudillos, aliados a compañías extranjeras lesionadas por la política del gobierno. Se conoce con el nombre de La Libertadora y reconocen normalmente como jefe a Matos, el banquero doblado de general. El grupo de los alzados no puede ser más significativo. Liberales de todas las facciones, guzmancistas, crepistas, autonomistas y conservadores tradicionales, aparecen en esta fusión. El caudillisrno, fruto de la guerra federal, de la Revolución de Abril, del legalismo crespista, está dispuesto a derrotar al intruso que no se apoya en ninguno de los bandos clásicos y está sustentado en su propia clientela. Los orientales acuden al mando de Domingo Monagas, Nicolás Rolando y Horacio y Alejandro Ducharne; los centrales con Hernández Ron, Crespo Torres, Blanco Fombona y Ortega Martínez; los guayaneses con Zoilo Vidal, «El Caribe»; los andinos con Juan Pablo y José Manuel Peñalosa; los corianos con Gregorio Riera y Amábile Solagnie. Y con una gran cantidad de caciques menores que aspiran a sitio de primer orden en esta nueva guerra.

A Castro lo acompañan Juan Vicente Gómez, Pedro María Cárdenas, Emilio Fernández, Luis Varela, Jorge Bello, José María García, José Antonio Dávila, Maximiliano Casanova, Pedro Linares, Leopoldo Batista, Mariano García, González Pacheco y Régulo Olivares.

La Revolución Libertadora fracasó después de la sangrienta batalla de La Victoria. Se dispersaron los diversos caudillos, camino de sus respectivos feudos y allí van a ser fácilmente vencidos. Marca ella el colapso de los viejos partidos. Fracasó por la ambición contrapuesta de sus caudillos y abre el camino a la dominación montañesa que, se proyecta en la vida venezolana por más de treinta años.

La administración de Castro se singulariza por las reclamaciones internacionales que culminaron con el bloqueo armado a nuestras costas. So pretexto de que Venezuela «se niega a cumplir sus compromisos internacionales», Inglaterra y Alemania declaran oficialmente el bloqueo a Venezuela. A ellas no tarda en sumarse Italia.

El conflicto se arregla por mediación de Estados Unidos, y los puntos en discusión son sometidos a arbitraje. Por los Protocolos de Washington se levanta el bloqueo. Alemania, para levantarlo, recibe de Venezuela la suma de Bs. 137.000,oo adelantados y el resto que monta a Bs. 1.178.815,67, será abonado en cuatro partes, Inglaterra recibe 5.500 libras esterlinas, e Italia una suma idéntica. Las reclamaciones no especificadas en los Protocolos las decidirá una Comisión Mixta. El asunto, remitido al Tribunal de La Haya, se falló el 20 de febrero de 1904. Por la sentencia declara que Alemania, Inglaterra e Italia, tienen derecho a cobro preferencial, o sea, el 30% de las aduanas. Cada una de las partes sufragará sus propios gastos y los Estados Unidos quedan encargados de velar por el cumplimiento de la sentencia: «La sentencia, dice en su informe W. L. Renfield, Consejero por Venezuela, fue considerada por algunos como recompensa a la acción militar para asegurar el pago de las reclamaciones; por otros, como un premio de guerra, contrario al espíritu del Tribunal de La Haya y tendiente a incitar conflictos armados entre Estados acreedores contra un común deudor.»

En resumen, del afrentoso atentado al Derecho Internacional que involucró el bloqueo de las grandes potencias a Venezuela, el resultado para ellas, consistió en que las Comisiones Mixtas al fin convenidas, redujeron en tremendo por ciento las escandalosas pretensiones de sus súbditos: de Bs. 21.421.798,oo que sumaban, le fueron reconocidos en equidad Bs. 16.389.799,oo a alemanes, ingleses, italianos y estadounidenses. La nota digna, en tan tristes sucesos -que preludiaron la avalancha de violencia y codicia de la primera mitad del siglo XX con sus guerras mundiales-, fue, además de la voluntad de defensa de su territorio y soberanía a toda costa por el pueblo venezolano, el surgimiento de la «Doctrina Drago», erigida por el gran jurista argentino Luis M. Drago, doctrina que en nombre de la Justicia y del Derecho de los pueblos, condena las agresiones sangrientas y brutales con pretexto de deudas.

Así terminó aquel desgraciado suceso. Los inicuos protocolos de Washington y la sentencia del Tribunal de La Haya, consagraron los derechos de las naciones poderosas y venían a darle validez a la ya tradicional costumbre de los países europeos de reclamar con sus cañones las deudas de sus nacionales, desconociendo la soberanía de los países pequeños. El primario nacionalismo de Castro, agudizado por su megalomanía, hizo pasar al país por estas horcas caudinas humillantes y puso en peligro mismo la soberanía nacional. Todavía hay quienes alucinados por la proclama aplauden la actitud de Castro. Lo hubiera sido si, valorando la exacta realidad, le hubiera evitado a la nación, mediante una discreta acción diplomática, las humillaciones posteriores. No quedó curado de ella y al correr de poco tiempo le veremos de nuevo enfrascado en nuevos conflictos. Sin embargo, con su actitud tuvo un momento detrás de sí a la nación venezolana, toda dispuesta a respaldar sus sueños de grandeza, y fue que la agresión extranjera logró despertar en el pueblo las resonancias que en él sembró la gesta libertadora.

El gobierno de Castro no tardó en entrar en conflictos con otros gobiernos extranjeros. Ya para 1908, tiene rotas virtualmente las relaciones con Estados Unidos, Francia y Holanda. Además, una ola de desmoralización invade las esferas gobernantes. En noviembre de 1908, Castro se ve obligado a salir al exterior a tratarse con un especialista y deja encargado del poder a su compadre, el general Juan Vicente Gómez, hombre de toda su confianza.

La Rehabilitación. La salida de Castro provoca una reacción popular, encabezada por el antiguo protegido de Castro. Sin pena ni gloria termina la Restauración y se inaugura el 19 de diciembre de 1908 el gobierno que los nuevos áulicos bautizaron con el nombre pomposo de REHABILITACIÓN NACIONAL.

La reacción contra Castro invadió a la prensa y a la calle. Del «sobreviviente de la República de Platón», como lo llamara cortesanamente Andueza Palacio, sólo quedó el «Cabito» grotesco de Pío Gil.

El 19 de abril de 1910, Gómez es designado Presidente Constitucional. Durante este período en forma taimada va consolidando su poder. Ya para fines de 1913, el periodista Arévalo González es encarcelado por haber lanzado la candidatura presidencial del doctor Félix Montes, quien tiene que huir. Gómez declara la paz pública perturbada por Castro, farsa preparada para perpetuarse en el poder; dejando encargado al doctor Gil Fortoul de la presidencia el 1º de agosto de 1913 hasta el 1º de agosto de 1914, se declara en campaña. La situación la resumió la opinión popular en la conocida frase: «se alzó el gobierno». Esto le sirvió de pretexto para una reforma constitucional que elevó el período constitucional a siete años y fue nombrado para la etapa 1915-1922. Durante esta etapa estuvo encargado del Poder Ejecutivo el doctor Márquez Bustillos, y el general Gómez asumió el comando del ejército.

En 1922, fue nuevamente reelecto por un Congreso dócil, para el período 1922-29. Durante este período, en los años 28 y 29, bambolea la férrea estructura dictatorial con el movimiento estudiantil del 28 y las tentativas armadas de los generales José Rafael Gabaldón y Román Delgado Chalbaud.

En 1929, el Congreso lo reelige de nuevo. Ante su negativa y por sugerencia designa al abogado Juan Bautista Pérez, quien viene a ser el hombre de paja del régimen. En 1931, el Dictador retorna y Pérez es obligado a renunciar. Gobierna hasta 1935, cuando muere en su cama, después de haber establecido una de las más largas y despiadadas autocracias de la historia americana.

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