LA EXPULSION DE LOS JESUITAS

Carlos III decreta el 27 de marzo de 1767 la expulsión de los jesuitas de los territorios de ultramar. En Venezuela, por supuesto, se cumplió igualmente. En Guayana le correspondió a don Manuel Centurión ejecutar la orden real, recibida por él el 30 de mayo. El 14 de junio, dispuesto a encargarse personalmente de este enojoso asunto, salió hacia las Misiones, y el 2 de julio ya estaba en Carichana, donde residía el Padre Superior, Francisco de Riberos.

Desde allí, Centurión hace llamar a los demás misioneros: Juan Bautista Polo, de La Urbana; Sebastián Rey, de San Borja; Pedro Español, de El Raudal de Atures; Antonio Salillas, de Cabruta, y Felipe Salvador Gilij, de La Encaramada. Este notable sacerdote, constituido en uno de los más gratos cronistas de Venezuela, fue detenido por el teniente Pedro Felipe de Llamas.

Gilij tuvo palabras de elogio para con Centurión, de quien dice: «El felicísimo gobierno del señor don Manuel Centurión, segundo gobernador del Orinoco, es merecedor de alabanza inmortal».

Tampoco guardó rencor a Carlos III, quien posteriormente le otorgó un premio y una pensión por su monumental obra Ensayo de Historia Americana. La expulsión de los jesuitas de América se debió en gran parte a la influencia del Conde de Aranda, principal asesor de Carlos III y declarado antijesuíta.

A través del Ministro Conde de Aranda, el rey Carlos III decreta el 2 de abril de 1767 la Pragmática de extrañamiento de los jesuitas de los territorios de ultramar, argumentando que la expulsión obedece:

1º A la usurpación de diezmos o violación de ellos hecha a las iglesias;
2º A la quema realizada por la Compañía de muchos libros del obispo Palafox en México.
3º Al régimen independiente y según las autoridades despótico de las reducciones del Paraguay.
4º A la constante intromisión en política.
5º A la crítica en las reuniones contra la Autoridad Real y Gubernamental.
6º A la participación en rebeliones indígenas.
7º A la predicación en Manila contra el gobierno.

Unos 2.617 jesuitas fueron expulsados de España y América, con desmedro de la educación que venían impartiendo en estos territorios. La gran mayoría de ellos eran españoles peninsulares, produciendo su marcha un vacío irreparable por muchos años.

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