Efemérides Venezolanas
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Jueves, 19 de Septiembre de 2013
Margareeta
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Leonardo De Vinci: En la Escuela del Verrocchio

   

Los primeros treinta años de Leonardo todavía pertenecen al ámbito de las conjeturas: lo que se ha logrado establecer está tomado de la narración con sabor a leyenda de la biografía de Vasari. La primera educación de este bastardo de un notario de Vinci se realizó en estrecho contacto con la naturaleza, de donde derivó su inextinguible interés por el mundo orgánico. Vasari nos dice que Leonardo, todavía niño, pintó sobre un escudo redondo un horrible dragón, de un modelo que se había hecho juntando diversas partes de animales que llenaban su habitación. El escudo ha desaparecido -quizás no existió nunca- pero la autenticidad de la anécdota interesa menos que la real coincidencia del relato de Vasari con aquella visión fantástica de la naturaleza que caracteriza a los últimos dibujos de Leonardo.

Sus precoces dotes lo llevaron hacia 1469 al estudio del Verrocchio, como ya hemos dicho. Es el momento en que, en Florencia, el poder pasa a manos de Lorenzo de Médicis y cuando alcanza su apogeo la Academia de Careggi. En ella, junto al platonismo y bajo el signo del humanismo y de una renovada religiosidad, se impone la incondicional glorificación del artista, la exaltación del cosmos astrológico y la fe en una nueva edad dorada. En este clima entremezclado con poesía, naturalismo y meditaciones, participan los talleres de arte, favorecidos por la corte medicea. Las artes están dominadas por la escultura. Orífice, pintor, escultor y músico, el Verrocchio era en Florencia el maestro más idóneo para estimular todas las posibilidades de la personalidad compleja de Leonardo. Su pintura no evade los límites de una honesta producción artesanal, pero su escultura posee ese poder de sugestión, de fantasías y de fuerza incalculable que en seguida nos hace pensar en Leonardo. Habrá que buscar por lo tanto, una relación entre Leonardo y el Verrocchio escultor. Entre 1467 y 1470, el maestro trabajó en el grupo de La incredulidad de Santo Tomás para Orsannmichele. La tumba de Pedro y Juan de Médicis está fechada en 1472, y el David en bronce del Bargello y el bajorrelieve en barro cocido de la Resurrección de Careggi son de los años en que Leonardo realiza su aprendizaje. En todas estas obras se distingue una tendencia a la torsión del movimiento y al juego dialéctico de los ejes, que Leonardo convertirá en el principio plástico de todas sus composiciones y que, después de él, inspirarán al manierismo. También la hallamos en los detalles: a la desenfrenada exuberancia de los acantos retorcidos, corresponden los cabellos ensortijados, las aguas arremolinadas, los sarmientos enroscados, el deleite por las volutas; en la universalidad de la curva y de las sinuosidades, Leonardo busca el signo de la naturaleza orgánica. Tal visión fue, por cierto, innata en él, pero debió a su maestro el aprendizaje de los ritmos expresivos y el virtuosismo del modelalo y la ejecución. Verrocchiescos son también los perfiles enfrentados de un guerrero y un bello adolescente; ninguno de los dos es excesivamente original, sino que, por el contrario, ambos repiten tipos comunes en el taller del Verrocchio. El famoso dibujo del Museo Británico es seguramente la interpretación de un relieve en bronce que Lorenzo de Medicis obsequió al rey de Hungría, Matías Corvino: en él, Darío enfrentaba a Alejandro Magno. Estas dos figuras perdidas fueron probablemente el origen de ese esquema de composición que perduró, con modificaciones reveladoras, en la obra de Leonardo. El tipo -un poco impersonal- del adolescente se encarna progresivamente en las facciones de un amigo, que son quizás las de Salai. En cuanto al rostro del guerrero, se lo ve -en la serie de estos dibujos- perder nobleza al acentuarse lo caricaturesco de los signos de crueldad y de vejez. Estas creaciones de Leonardo articulan lo normal y lo anormal, combinan lo horrible con lo delicado, acercan -en una inquietante complicidad- lo sublime a lo grotesco, con una serie de contrastes que se revelan en la composición de muchos dibujos.

Se considera, generalmente, que su primera pintura fue el ángel realizado para el Bautismo de Cristo, cuadro que encargaron al Verrocchio los monjes de Vallombrosa y que estaba destinado a la iglesia de San Salvi. Esa cabeza contiene ya, en toda su perfección, el primer estilo de Leonardo, tan distinto del estilo del Verrocchio que el ángel de éste, parece mirar con estupor al compañero, como a una aparición de otro mundo. Vasari afirma que la evidente superioridad del discípulo alejó de la pintura al maestro, humillado de ver que un muchacho sabía de ella más que él. Debe observarse también en esta primera obra conocida la calidad de los ropajes, a cuyo modelado llegó a través de una aplicada ejercitación. Vasari nos asegura que tenía la costumbre de colocar a modelos "harapos flojos cubiertos de barro, y luego los dibujaba pacientemente sobre finas telas de batista o de lino en negro y blanco, con la punta del pincel; y eran algo milagroso, como lo atestiguan los dibujos de su mano que conservamos ".

Leonardo colaboró también en e1 paisaje. Verrocchio no tenía una concepción muy original del mismo y se contentaba con seguir una tradición ya establecida. Sólo Leonardo puede haber pintado el fondo del Bautismo, con la vasta y romántica perspectiva de lagos y colinas que anuncia los fondos de la Mona Lisa y de la Santa Ana. Es lícito compararlos con el dibujo de los Oficios fechado en 1473, que nos muestra a un Leonardo independiente de las convenciones gráficas de la época.

Terminado su aprendizaje, Leonardo pudo inscribirse entre los pintores de Florencia en 1472, pero permaneció aún durante largo tiempo con el Verrocchio antes de independizarse del todo. La Anunciación de los Oficios es una obra que tiene todavía el clima del taller. Los ropajes y el rostro de la Virgen se asemejan mucho al ángel del Bautismo y el pupitre recuerda el sarcófago de los Médicis en el cual trabajaba el Verrocchio en 1472. Es una obra agradable, original, cuyas debilidades de composición se olvidan fácilmente por la belleza de los detalles. En ella es muy notoria el amor por la naturaleza del que habla Vasari. Los pintores de este período trataban la naturaleza siguiendo modelos decorativos: nadie había interpretado plásticamente la atmósfera de un lugar ideal hasta convertirlo con tanta eficacia en el centro emocional de un cuadro. Como paisajista, Leonardo sacudió la tradición florentina hasta sus cimientos; la precisión lineal del paisaje toscano parece incorporada a un espacio indefinido: tal la visión lejana, abierta detrás de un plano de ramas oscuras y minuciosas que constituye el fondo de la Anunciación de los Oficios.

Si bien el dibujo de Leonardo parte de fórmulas florentinas, se aparta de ellas en esta nueva visión de la naturaleza -aérea y vegetal- que anuncia y reivindica un nuevo estilo. Este cambio se percibe ya en el retrato de Ginevra de'Benci, que Vasari atribuye erróneamente a la segunda estadía en Florencia de Leonardo. Nunca han sido más evidentes la exigencia intelectual y la dignidad de concepción que constituían la fuerza del dibujo florentino. El recuerdo del Verrocchio se transparenta en cada detalle del retrato, en el contorno preciso de la figura, la firmeza de los rasgos y en la zarza de enebro, que constituye por sí sola un paciente trabajo de orfebrería. Pero la estrecha perspectiva del paisaje despliega maravillosamente la poesía del espacio leonardesco. Pantalla y ocasión por lo que transparenta, el césped emblemático, desvía la mirada y la absorbe en profundidades imaginarias, en las que nace una irresistible sensación de espacio. Por su modo de tratar los elementos del paisaje, Leonardo se diferencia, por lo tanto, de sus contemporáneos y demuestra la fuerza de ese sentimiento de la naturaleza que impregna las obras de su madurez. Desde su juventud supo crear alrededor de un retrato -de un género todavía convencional- una riqueza de expresión totalmente nueva, un llamado a emociones particulares.

Enero de 1478 es la fecha del primer encargo personal hecho a Leonardo, destinado a un altar mayor de la capilla de la Señoría, en Florencia. Si bien se le hizo un primer pago, el proyecto no se realizó y el encargo pasó luego a Filippino Lippi. En el mismo período, Leonardo comenzó dos cuadros de la Virgen, uno de los cuales es sin duda la Madona Benois del museo de Leningrado. Muchos dibujos realizados para esta composición fueron indudablemente hechos por la mano de Leonardo y han sido utilizados como criterio de identificación para otras Madonas. Estos dibujos, con la espontaneidad de su línea gráfica, se oponen radicalmente al estilo de la obra acabada. Esta serie puede confrontarse con otros dibujos más numerosos para una Virgen con el Niño que juega con un gato. Dichos estudios -frescos y vivaces- se cuentan entre los más bellos de Leonardo, y demuestran una mirada de incomparable agudeza, así como un perfecto dominio en la expresión de los movimientos y los gestos. El dibujo más hermoso de esta familia es una Virgen del Louvre que tiende al Niño un plato con frutas, en una actitud muy semejante a la de la Madona Benois. Pero el acuerdo rítmico entre los gestos de la Madre y los del Niño, no se vuelve a encontrar en el cuadro: entre el dibujo y la pintura acabada se ha interpuesto una mediación intelectual que impregna todo detalle de la composición, con un deseo de refinamiento formal tan tiránico en Leonardo que finalmente el artificio amenaza con destruir su naturaleza expresiva.

Los pocos dibujos que conservamos del período florentino nos aclaran la evolución de su arte. Pronto llegó a la perfección del oficio (no hay composición más espontánea que la de la Virgen con el gato, ni más delicada que el estudio con punta de plata para la Madona Litta). Sin limitarse ya a refinar las cualidades superiores de su genio, sino sujetándolo a una disciplina intelectual más exigente y rica, Leonardo despliega toda la inquietante complejidad del mismo. La Adoración de los Reyes Magos de 1481 inaugura esta nueva etapa, en la cual el grafismo más exuberante se subordina al gobierno de la inteligencia especulativa.

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