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Viernes, 20 de Septiembre de 2013
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CarloMagno: Carlos y su Ejército

   

El ejército fue objeto de su constante preocupación; de todas las instituciones que heredó, fue en este ámbito donde introdujo el mayor número de reformas durante su reinado.

 

Así lo testimonian numerosos capitulares. Su acción en este campo puede calificarse de original, pues es el primer príncipe que ha dejado reglamentos sobre la composición y organización del ejército. Una vez decidida una guerra, Carlomagno redactaba un acta en forma de capitular, donde fijaba lugar y hora de la reunión y el número hombres convocados. Este documento, trasmitido a condes, obispos, abades, era llevado a conocimiento de los interesados. En tiempo de paz el ejército no existía, excepto la reducida compañía de guardias de cuerpo que rodeaban a su persona, y algunos soldados instalados en las fortalezas situadas en los países enemigos que era necesario ocupar. Únicamente el clero fue dispensado del servicio militar, así como de combate; resolución tomada desde el primer capitular conocido del tiempo de Carlomagno.

Pero obispos y sacerdotes pueden unirse al ejército "para cumplir con su ministerio divino", es decir, celebrar la misa y llevar las reliquias, y hemos visto como Carlomagno se servía de ellos en las empresas de guerra y de conquista. Pero si todos están obligados al servicio de las armas, Carlomagno, con inteligente prudencia no convoca nunca más que el número de guerreros necesarios para la expedición proyectada y los elige en la zona vecina al teatro de las operaciones, lo que le otorga una ventaja grande en rapidez y economía. Los cronistas, en cambio, evocan al rey haciendo la guerra con todo el ejército de Francia. Carlomagno no se contentaba sólo con disponer las cosas, sino que vigilaba la estricta ejecución del reclutamiento: día y lugar de la reunión, víveres, armas y vestuario para tres meses, sanciones en caso de retardo (privación de la carne y el vino) o falta de respuesta al llamado (multa). Algunos funcionarios son los encargados de cobrar las multas "sin tener en cuenta ni la persona, ni las amenazas o lisonjas". El rey es despiadado en caso de deserción, verdadera y propia, reconociendo en ello un crimen de lesa majestad que debe ser castigado "según una antigua costumbre", con la pena de muerte y la confiscación de bienes. En una carta a Fulrad, abad de San Quintín, resume en pocas palabras sus instrucciones: "Vendrás con tus hombres al lugar indicado, porque desde allí te enviaremos la orden de marcha. Debes traerlos pertrechados, vale decir con armas, instrumentos, víveres y vestuario, en fin todo lo que es útil en la guerra. Cada uno de tus caballeros debe tener escudo, lanza, espada y daga, arco, carcaj y flechas. Cada uno de tus carros debe contener hachas, segures (hachas grandes), cuerdas de tripa y azadas de hierro y todos los demás arneses necesarios para combatir al enemigo. Que los utensilios y víveres puedan durar tres meses, que las armas y vestuarios sean en cantidad suficiente como para seis meses. Si te ordenamos todo esto, es para que lo hagas cumplir y llegues tranquilo al lugar que nosotros te indicamos; también para que a o largo del camino no debas ocuparte de otra cosa que de la hierba, de la leña y del agua que tendrás necesidad."

 

Para recompensar todo esto, Carlomagno cree necesario colocar bajo la tutela del Estado los bienes del soldado que ha partido para la guerra; el malhechor que atenta contra la esposa o su casa será encarcelado hasta su regreso y muy severamente castigado. Se preocupa por la organización de la intendencia militar: reglamenta la adquisición, el tráfico y el transporte de los víveres, de las armas, del vestuario. En esa forma, y en el momento necesario, está seguro de disponer de un ejército bien equipado, abundantemente nutrido. Como todo lo ha dispuesto por medio de actas en forma de capitulares, el día de reunión se complace en pasar revista a sus guerreros. Y la columna se encamina, ordenada y pintoresca, seguida de una larga fila de carros tirados por caballos o por bueyes, sobre los cuales se amontonan provisiones y municiones, al son de trompetas y de un canto militar, una especie de melodía compuesta por Alcuino, a pedido del Emperador, para "atemperar, con la suavidad de sus notas, la fiereza de los ánimos".

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