Efemérides Venezolanas
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Jueves, 19 de Septiembre de 2013
Margareeta
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CarloMagno: Lombardía, El Papado...

   

LOMBARDIA, EL PAPADO Y DESTINO DE ITALIA

Evidentemente no hay generación espontánea en historia, como no hay personalidad aislada fuera de toda contingencia. Carlos ha encontrado en su cuna el glorioso legado de su abuelo Carlos Martel, el vencedor de Poitiers, y de su padre, Pepino el Breve, primer rey de su dinastía. Esto significa que existía ya un ejército -herencia de los merovingios-, que un jefe, Pepino, ya se había impuesto y que se había aprendido de nuevo a obedecer. Pepino se había hecho ungir, agregando a la autoridad de las armas, una consagración dos veces renovada; la segunda, al venir de las mismas manos del Papa, señalará el origen de la unión con el papado, pero, al mismo tiempo, las dificultades del siglo IX.

 

"Patricio de los Romanos", el rey de los francos -Carlos-, sucesor de Pepino, conquistador de Italia y de la Germanía, emperador, volcará los beneficios obtenidos con las armas y la administración en el fondo común de una sociedad de la cual el Papa fue, al principio, un socio de menor rango, luego el igual y finalmente, el aspirante al mando supremo y único.

En sus últimos años, Pepino había llevado a cabo una política de paz con los lombardos de Italia, y de expansión y consolidación del reino con los aquitanos y sajones. Cuando muere deja dos hijos: al mayor, Carlos, le confía la parte de su herencia donde se encuentran las zonas más peligrosas, mientras que el más joven, Carlomán, recibe zonas pacificadas. Pero los dos hermanos no están de acuerdo. Desde el comienzo de esta diarquía, Carlos debe combatir solo para hacer entrar razón a un rebelde señor aquitano y pronto Carlornán muere, dejando dos niños y la viuda. En lugar de actuar como un legítimo tutor de sus sobrinos, Carlos entra en posesión de la herencia de su hermano, mientras se encuentra en dificultades con el rey de los lombardos, por haber repudiado a su esposa, hija de este último. Carlos heredó del padre una visión muy clara de la política italiana. En efecto, Pepino el Breve -alcanzada ya la unidad de la Galia y decidido a imponer su ascendiente sobre la Germanía-, mantenía una amistad cordial con el reino lombardo que, a su vez, también buscaba la unión de Italia. Esta unidad estaba en vías de concretarse después que los bizantinos del exarcado de Ravena fueron arrojados a la extremidad sur de la península. Pepino, por otra parte, estaba comprometido con el Papa debido a la consagración que éste le había otorgado con el fin de consolidar el golpe de estado perpetrado contra la legítima dinastía merovingia; golpe de estado que, en última instancia, fue sólo una reorganización legal de una situación de hecho, de cualquier modo, contraria a la legislación franca.

 

De ahí que la Santa Sede no tardara en reclamar de su protección un gran servicio resuelta a impedir a los lombardos la toma de Roma y la realización -por parte del rey de Pavía- de la unidad italiana.

Roma era por derecho dominio de Bizancio, pero esta última había consentido que el papado estableciera de hecho su autoridad en la ciudad. La amenaza lombarda provoca el encuentro de Pepino y el Papa Esteban II, encuentro que será seguido de una renovación de la consagración del rey franco y sus dos hijos, Carlos y Carlomán. A cambio de esto, Esteban II, apoyándose en una supuesta donación de Constantino, pide a los francos que le reconozcan la posesión de Roma y del Exarcado, encargándoles que expulsen a los lombardos de esos territorios. Es la famosa "donación de Pepino", pero -más aún- es el destino impuesto a Italia; la unidad de su reino en la víspera de su constitución, no llegará a realizarse.

 

Carlomagno, influido por su madre, había contraído un matrimonio lombardo, pese a las protestas del Papa; no tardará en repudiar a su esposa, hija del rey Desiderio. Éste responde invadiendo los Estados de la Iglesia. De inmediato Carlos pasa los Alpes, obliga a Desiderio a capitular frente a Pavía y sin dilación coloca la corona de hierro lombarda sobre su cabeza. Será desde entonces una doble monarquía, que preserva la entidad nacional pero que, tanto en Italia como en Galia reservará todos los puestos de comando a los francos. ¿Ha ganado algo el Papa con la destrucción del reino lombardo? ¿No ha perdido más bien su independencia? Si Carlos muestra deferencias respecto del jefe de la Iglesia, él es y continuará siendo el que manda, sordo a las reivindicaciones territoriales del pontífice. Político dotado de autocontrol, Carlomagno no abusará de esta situación, pero es evidente que se siente ahora, en Letrán, como en su propia casa. Llegara un día en que el diálogo entre los dos poderes sufrirá un cambio, cuando a los carolingios sucedan los Césares sajones o suevos. Y tendrá lugar el terrible conflicto entre el poder espiritual y el temporal que desgarrará, en dramática confusión y durante generaciones, a Italia, al Occidente y a la conciencia cristiana. ¿Por qué Carlos, siendo rey lombardo no ha realizado la unidad de Italia? Su política está dominada por el sentido de la oportunidad y el temor de sobrepasar los límites; se detiene siempre que llega a ellos: no quiere entrar en conflicto con los bizantinos. Sus relaciones con la corte de Constantinopla no son excelentes y serán francamente pésimas luego de la coronación imperial de la Navidad del 800. Pero frente a ese ejército en decadencia, a esa corte impotente que contempla de lejos la pérdida de sus provincias, Carlomagno congerva algún respeto todavía por ese viejo Imperio de prestigio siempre inmenso, por la nueva Roma protegida por el nombre del gran Constantino que mantiene el espíritu de la concepción teodosiana del mundo y que es gobernado fraternalmente -de Italia al Bósforo- por los dos emperadores designados por Dios. Siempre realista, positivo, prudente, Carlos rechaza la aventura frente al peligro del deslumbramiento oriental; desea conservar horizontes familiares.

Italia pagará cara esta prudencia: el acto del año 774 que convierte en Estado pontificio el territorio de Roma a Ravena, separa a la península y transforma la unificación italiana en una interdicción moral. Además, al aceptar para Venecia y la región napolitana una jurisdicción extranjera y el permiso de permanecer en la órbita de Bizancio, Carlomagno lanza a ambas a un particular destino. De allí nace el regionalismo italiano -y por once siglos- la suerte de Italia está echada.

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