CarloMagno: Un Balance
Es siempre difícil -por no decir imposible- para el historiador, hacer un balance exacto, completo, imparcial de una época, de un organismo social y aun de las cualidades individuales, personales e íntimas de un personaje. Carlomagno no está solo, frente a las generaciones que le sucedieron ni en el ambiente en el que
se desenvolvió y actuó. Esta es una verdad fundamental aplicable a todos.
Pero su ubicación en la sucesión de los soberanos de ese período -por su personalidad de hombre de acción, por su innegable criterio de responsabilidad cristiana lo sitúa entre aquellos personajes que hasta nuestros días se disputan apasionadamente -incluso sin tener noción de su verdadera dimensión- la leyenda y la historia.
Si se piensa -en un primer intento- en las vicisitudes del imperio carolingio y en su descomposición relativamente rápida, Carlomagno ha sido el hombre del fracaso: fracaso cuando aún vivía debido a la insuficiencia del personal gubernativo y de los cuadros administrativos, a las nuevas invasiones; fracaso, porque él no supo inculcar en los francos el concepto de Estado y cada uno dependerá, por lo tanto, en un cercano horizonte, de su señor: verdadera valla entre vasallo y rey; fracaso, por la incapacidad de su hijo y el desacuerdo entre sus nietos.
¿Pero el imperio de Alejandro o, acaso, el de Napoleón, han sobrevivido a sus fundadores? Un poeta contemporáneo suyo lo ha llamado "faro de Europa" y esa es la realidad. La leyenda una vez más no se ha engañado; no es ilusoria -ni sueño ni mito-, esa imagen del emperador, del rey, del señor de todos esos súbditos -pertenecientes al antiguo reino de los francos, a la Germania, o más allá de los Alpes, a Italia-, de Carlomagno bajo, cuya égida se cumple la reconciliación de los pueblos en una renovada Europa. Su impronta es tan persistente que cuando más tarde -por encima de la soñada unión deseada por Carlomagno- comiencen a formarse los estados nacionales, en cada uno de ellos, subsistirán en el derecho, en las instituciones, en la organización eclesiástica y en la cultura, suficientes elementos comunes como para que una civilización europea pueda mantenerse y manifestarse. He aquí pues, los elementos que permiten valorar las razones de la supervivencia del fundador de esa Europa en la memoria de los hombres.
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